Parábola sobre la Voz del Corazón

Publicado el 30-11-2016 en Caracas, Venezuela


Dijo Jesús: «¡No mires con desden a este hombre,
pues grande es la hazaña de aquel
que empezó a transformar
el mal en el bien dentro de sí!».

De los recuerdos del Apóstol Andrés

         Había un hombre que no era pobre ni rico. Y no se distinguía mucho de otras personas que vivían alrededor. No era joven, tampoco era viejo. Era un alma débil. Y aunque tenía dentro de sí las semillas del bien, éstas no germinaban. Ese hombre vivió como todos a su alrededor. Fue gobernado por sus antojos y vicios*  y encadenado por sus miedos y debilidades. Y no se sintió bien. Su vida pasaba en colores grises, sin alegría y sin logro alguno. Cada día, antes de dormir, aquel hombre pensaba: «¡Mañana actuaré mejor, mañana resistiré a mis debilidades y vicios!». Pero al día siguiente, como siempre, sus antojos y vicios le controlaban, sus miedos y debilidades le encadenaban. Llegó el día en el que pensó: «¿Por qué no puedo vivir como yo mismo quiero? ¿Por qué no actúo como debo actuar? ¿Por qué estoy gobernado por mis vicios y encadenado por mis miedos?». Se puso a reflexionar y no encontró razón alguna para no vivir como consideraba justo y para no actuar como sabía que era correcto.
Entonces preguntó a Dios:

«¡Mi Padre y Creador! ¿Por qué no puedo vivir como yo mismo quiero y actuar como yo mismo considero correcto? ¿Por qué me he convertido en un esclavo de mis vicios, antojos, miedos y debilidades? ¿Cuál es la razón?». 

Y Dios le contestó:
«¡No hay ninguna razón para esto! ¡Tienes derecho a actuar como quieres actuar!». 
«Entonces, aconséjame, ¿qué debo hacer para que mis vicios y debilidades dejen de controlar mi vida?».                                                                                                     

«¡Antes de hacer o decir algo, escucha la voz de tu corazón espiritual y haz como éste te diga! ¡En este caso, superarás tus debilidades y miedos y te liberarás de tus vicios y antojos!».
El hombre decidió seguir firmemente este consejo de Dios. A la mañana siguiente, se levantó con la firme resolución de aconsejarse con su corazón espiritual antes de hacer o decir algo. Cada día su padre viejo le decía palabras ásperas, le regañaba y le refunfuñaba. Declaraba que su hijo no servía para nada y que toda la generación de los hijos de los hombres vivía incorrectamente. También enumeraba todas sus ofensas y dolores y culpaba a su hijo de todo lo que él hizo mal o no hizo. Como siempre en la mañana, el padre empezó a criticar a su hijo. De aquellos insultos e injurias, el hijo montó en cólera. Estuvo a punto de responder al padre con palabras mordaces de manera habitual, pero se acordó del consejo de Dios. El corazón tuvo tiempo para susurrar: «¡Detén las palabras ofensivas e iracundas, pues tu padre te ama y se aflige con tus problemas! ¡Y tú también le amas! ¡Detén la indignación y pídele perdón!». Entonces en respuesta a los insultos y las injurias del padre, el hombre se inclinó ante él y le dijo: «¡Perdóname!». Y la ira se apagó. El hombre abrazó a su padre y se fue a resolver sus asuntos.  
El padre se maravilló y de allí en adelante dejó de regañar a su hijo. En la tarde, regresando a casa después de un trabajo duro, el hombre compró mucha comida e imaginaba cómo devoraría todos aquellos manjares. Pues, él era propenso a la gula. De paso, visitó a una viuda joven que vivía con sus hijos. Aquella mujer le debía dinero, pero no había podido ahorrar lo suficiente para pagar su deuda. Hacía mucho tiempo que el hombre quería decirle que le perdonaría aquella deuda. Y en ese día se decidió por fin a hacerlo. Llegó a la casa de la pobre viuda y le dijo que perdonaría su deuda. La viuda, agradeciendo, se inclinó ante él. El hombre ya estaba a punto de marcharse, pero el corazón le susurró suavemente: «¡Deja la comida que compraste para ti a los niños! ¡Esto les hará felices!». El hombre a duras penas logró cumplir lo que el corazón le aconsejó. ¡Pero cuando regaló los manjares a los niños, quienes empezaron a bailar de alegría, entonces también en él surgió una inmensa alegría! ¡Caminó hasta su casa con ligereza, colmado de felicidad, sin sentir sus pies! ¡Y el corazón como si cantara una canción en el pecho! El hombre no siempre lograba percibir la voz del corazón y cumplir lo que éste le susurraba. Pero día tras día trataba de vivir más y más como éste le aconsejaba y día tras día sus antojos y vicios le controlaban menos, sus miedos y debilidades le encadenaban en un grado menor. ¡Las semillas del amor cordial comenzaron a germinar en el alma! Una vez, paseando, el hombre de repente vio cómo muchas personas fuertes y malas golpeaban a un joven bueno. Y la gente que pasaba de cerca solamente aceleraba su paso, se volvía de espaldas y se apartaba sin intervenir, para no convertirse también en una víctima. Nuestro hombre no era muy valiente. También quiso pasar de lado, como si fuera un asunto ajeno. Pero el corazón ya no susurraba, sino que gritaba: «¡Si no lo ayudas, matarán al joven! ¡Pero tú puedes salvarlo!». Nuestro héroe estuvo muy asustado y no lograba superar su miedo. No podía irse, pero tampoco era capaz de ayudar. El corazón no se callaba: «¡Sálvalo rápido!». Entonces el hombre empezó a llamar a Dios, porque no podía vencer su miedo. Y no lo hizo en su interior, sino que a plena voz gritó: «¡Dios! ¡Ven acá! ¡Dios! ¡Ven acá!». Las personas que pasaban de cerca se detuvieron de asombro. También se acercaron los que estaban lejos. De todos los lados comenzó a llegar la gente para averiguar qué pasaba y qué Dios tenía que ver con todo esto. Se reunió tanta gente que los maleantes se asustaron, dejaron al joven y huyeron rápidamente. El muchacho se levantó y agradeció al hombre, diciendo: «¡Eres tan valiente! ¡Me salvaste!». El hombre continuó su viaje a casa y su corazón en el pecho brillaba como sol y decía: «¡El Amor es más fuerte que todos los miedos!». El tiempo pasaba y la vida del hombre se volvía cada vez más alegre y feliz. Era un día de domingo. Él se fue a pasear y se encontró con la viuda, a la que había perdonado su deuda. Ella le sonrió y se inclinó ante él. El hombre se embobó mirando su belleza. Pues, le interesaban mucho las mujeres, aunque él consideraba su lujuria sexual como un gran pecado. Entonces empezó a volverse de espaldas para no verla, pero se acordó del corazón y pidió su consejo. El corazón le dijo: «Mira con amor y atención y pregúntate a ti mismo si amas a esta mujer». Miró el hombre y todo dentro de él se encendió de amor.
Dijo al corazón: «¡No existe una mejor que ella! ¡Le daría todo!». «Entonces ¿por qué te afliges? ¡No es una lujuria cuando quieres dar al otro en vez de recibir para sí! ¡Es el amor que se ha despertado en ti! ¡Anda y dile que la amas!». Así hizo el hombre. Se acercó y le dijo: «¡Te amo! ¡Cásate conmigo!». Todos sus conocidos y todos sus vecinos empezaron a criticarle: «¡Qué tonto! ¡Recién ha comenzado a tener éxito en sus negocios y podría conseguir una novia rica! ¡Pero quiere casarse con una viuda que nada le negaría sin casarse y que, además, tiene hijos!». No obstante, el hombre no daba oídos a aquellas críticas y escuchaba la canción de su corazón: «¡Cuando das felicidad, felicidad recibes! ¡Con dinero nunca comprarás esto!». ¡El corazón del hombre llameaba con amor cada vez más y transformaba sus palabras y actos! ¡Pronto él se casó con la viuda y su mutuo amor cordial comenzó a iluminar su vida y a calentar su casa! Empezaron juntos a educar a los niños y a respetar a sus padres. El hombre agradecía a Dios: «¡Mi Padre y Creador! ¡Tu consejo transformó mi vida y me dio tanta felicidad! ¡Vencí mis antojos y vicios, superé mis debilidades y miedos!». Dios le respondió: «¡El que ha aprendido a escuchar la voz de su corazón espiritual puede alcanzar aún más que esto! ¡Pues, esta voz es la voz del Amor! ¡Y todo lo que se hace y se crea con amor viene de Mí! ¡Porque Yo soy el AMOR!»

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