Publicado por: Diario La Religion

Madre Carmen Rendiles: Una santa muy normal

Publicado el 09-05-1999 en Caracas, Distrito Capital, Venezuela


La mayoría de las personas, cuando llaman  a otra en  términos  de "santa" le otorgan  un sentido que sin duda alguna, está influenciado por lo que han escuchado en sus vidas sobre variados estilos de santidad.

Por ejemplo,  para unos la santidad  es inconcebible si  no está  anclada  en  una paciencia a lo "Job". Otros estiman que un santo que  no guarde silencio  y sea muy prudente, no merece el nombre de tal. Una gran mayoría piensa que la santidad es la encarnación de ciertos estilos de vida, que han causado  gran revuelo en la historia: un San Ignacio  de Loyola,  un San Juan Bosco, una Santa Teresa de Jesús por mencionar alguno de los más conspicuos, Es este un tipo de santidad lejano, propios de seres  excepcionales, muy admirados pero casi siempre considerados como inimitables. Hay mentalidades que no reci­ben la santidad  sin la presencia de algún poder taumatúrgico, que se desencadenan con mayor o menor frecuencia, según la voluntad  y la misericordia de Dios y las necesidades de los hombres.

Uno  podría  preguntarse  incluso  si  el estilo de santidad  de Jesús fue normal o no, en el sentido de haberse ajustado a los preceptos y normas tradicionales de santidad incrustados en nuestros cerebro por prédicas y sermones. Hay hechos llamativos en la actuación  de Jesús: de alguna manera  se  hacía  invitar  a  banquetes   y comía  y bebía en ellos hasta el punto de que mentes mal dispuestas lo tacharon de "comilón  y bebedor"(Lc.7, 34-35). Jesús escandalizaba a muchos por su estilo liberal en contraposición al estilo oficial pla­gado de  normas  insensatas; a veces dio muestras muy humanas de ira y sin duda dejó  traslucir  una  terrible  debilidad  al mostrarse  en el  Getsemaní postrado  en tierra y clamando con angustia al Padre. De modo que no es fácil pintar o dibujar el perfil de un santo normal verdadero siguiendo determinados cánones, más bien pareciera que cada santo posee un estilo propio, irrepetible, acoplado a su perfil de personalidad. Ahora bien, cualquiera que sea el estilo  de santidad  de una persona deberá atravesar el  meridiano de Greenwich de un denominador común: en ningún santo va a existir oposición  entre santidad y normalidad, de manera que cuantos más santos más humanos llegan a ser.

Al hablar de normalidad no hacemos referencia  al término estadístico "average". En este caso sería muy bajo el umbral de normalidad  para un santo. La santidad normal sin embargo, se va a realizar con esa media humana y no va a necesitar de superhombres. La santidad  normal  además se va a manifestar  a través del dinamismo de las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, a veces en vidas rutinarias, salpicadas a veces de episodios heroicos  y no al revés. Casi  siempre  es más fácil encontrar héroes que santos.

En la Madre Carmen Rendiles, Funda­dora de las Siervas de Jesús, nos topamos con un estilo de santidad  que no sigue a rajatabla  los  cánones   tradicionalmente conocidos de santidad.  Ella consume  un día tras otros, dándole vueltas y más vuel tas a la práctica de las virtudes teologales detrás de la noria implacable e inexorable de una vida ordinaria a los ojos de todo el mundo, en un trasfondo oculto de unión a Jesús Sacramentado y de servicio al prójimo verdaderamente heroicos.

Por supuesto que Madre Carmen no nació adornada  de aureola. ella  recorrió un proceso por etapas, cada una más veloz que la anterior. Cuando toma el vuelo asciende  pausada  y silenciosamente, sin llamar la atención,  pero elevándose sin prisa y sin pausa. En ella se dio una naturaleza  y un medio ambiente familiar que  le  sirvieron  de  marco  para  que  la acción divina prosperara contra viento y marea. Existe un viejo presupuesto de teología cristiana (aquellos de que la gra­cia presupone la naturaleza) que en Madre Carmen se dio en forma casi milimétrica. El sentido de este axioma es que Dios no actúa por encima de las posibilidades del hombre sino que actúa contando con él, integrando iniciativa divina con iniciativa humana. Y hay que ver que Dios respeta ese esquema de conducta  divina.

Procedente de una familia que la educa en un ambiente de respeto y disciplina, Madre Carmen  tiene la particularidad de que nace sin el brazo izquierdo, lo cual no le concede ningún tipo de privilegio en el hogar, como tampoco se le concederá cuando  ingrese en la congregación. Esta circunstancia del brazo la preparará para crear en si un umbral altísimo para resistir el dolor físico, e incluso para el espiritual o psíquico, como pocos parecen haberlo alcanzado. Porque en su vida se vio sometida a terribles episodios de sufrimientos físicos y a años, décadas, de sufrimiento espiritual intenso.  Y en  todo  momento supo haber gala del ejercicio de sus virtudes teologales sin concesiones de ningún género para consigo misma. En las operaciones a las que se vio obligada a someterse casi siempre la anestesia dejó de hacerle  efecto.  Los  doctores   la  invitaban a quejarse, pero de su boca sólo salían oraciones, jaculatorias y alguna que otra son­risa, en los momentos más duros. En el accidente  de automóvil  que sufrió  cerca de Carora,  en el que se fracturó  hasta el astillamiento varios huesos, no sólo no se quejó sino que además, en medio de la confusión general y del dolor más agudo, ella estuvo en capacidad de preocuparse más por los demás que por sí misma.

En todo caso Madre Carmen supo deslizarse desde las alturas de su proyecto de santidad diseñado el día de su profesión, al terreno lóbrego y espinoso de la reali­dad. Desde esa realidad descubrió a fuego lento las terribles limitaciones humanas, lo cual le permitió  internarse  dentro  del círculo de la pobreza de espíritu, de desprendimiento de sí misma. Y lo más asombroso es que además descubre el rostro de Jesús en el sufrimiento de cada día, porque una dolorosa  y  agónica artritis se enroscó en su cuerpo casi a los inicios de su vida adulta, conquistando terreno día a día hasta conducirla a una silla de ruedas, desde la que supo santificarse en los últimos años de su existencia  llevando una vida ordinaria y normal en esas condiciones. El desprendimiento total de sí misma lo ha forjado  en la prueba  continúa  de cada día y de cada año, que la ha ido despojando de todo, en un ininterrumpido contraste de claroscuro, proyectado por la misma existencia en perenne confrontación, pero siempre  dentro de un marco de paz inigualable y lo ha logrado en el abandono de la fe.

Su desafío cristiano, frente a la terca y cambiante realidad que le tocó vivir y el ideal que se puso a si misma el día de su profesión, fue afrontado por ella con sabi­duría cristiana, evangélica. Nunca opuso el ideal a la realidad ni está a aquel. Jesús le concedió la sabiduría para no enfrentar el ideal con la realidad, sino para vivir la realidad como  ideal. Eso lo logran los santos normales.

La línea divisora del amor al prójimo pasa por nuestro corazón. No es fácil detectarla. Posiblemente se vuelve  muy nítida frente al "enemigo", dando  a esta palabra  un significado  restringido a episodios cotidianos  y rutinarios, es decir, aquel ser humano, más bien hermoso que vive a nuestro lado, y que por momentos despierta dentro de nosotros bajos senti­mientos de venganza, antipatía, recelo, resentimiento oculto, rechazo,  asco, de­seos de responderle, tomarse pequeñas revanchas.  Esos sentimientos conviven con nosotros y tienen la virtud de indicar­ nos si estamos cruzando la línea del amor o no la estamos cruzando. Es en esta área en donde se construye lo más arduo de la santidad.

Madre Carmen dio en ese sentido  una muestra de ejemplo tan vivo que no existe una sola  persona que la haya conocido que pueda expresar la más mínima duda de que ella estaba en el más perfecto dominio de todas esas pequeñeces humanas. Su solo trato conducía a Dios, según el testimonio de muchos que estuvieron  a su lado o que tuvieron la oportunidad de conocerla y tratarla.

Y su normalidad subió de tono en los últimos días de su vida y en los instantes definitivos de su muerte, cuando  supo entregarse a sí misma  en  el holocausto final en un acto de amor obediente ¡Qué desconcertante porque pone en el hombre deseos de Él y los frustra; pero maravillosamente  fiel  porque  luego, al  final  los cumple  desbordándose. Toda la vida de Madre  Carmen  se  consumió  deseando vivir por, en y para Jesús. Cuántos latiga­zos, cuántas  tinieblas,  cuántas  dificultades, cuántos fracasos, cuántas horas de agonía, cuántas desilusiones, cuántas humillaciones cuántas enfermedades... pero al final  ha encontrado a Jesús,  quien  la acoge amorosamente en su brazos... esta­mos seguros!

Supo respetar el ritmo de Dios con una paciencia inagotable y una obediencia callada e insigne. Supo seguir igualmente la dinámica que le impuso. El, también calladamente. Aparentemente Dios nunca tuvo prisa con ella,  porque sabía que era capaz de caminar al ritmo que El imponía.  Nunca le dio pausas,  la tuvo trabajando  hasta el último día de su vida, en el cual supo  conquistar  un alma  más para Dios en la misma clínica donde mu­rió.

Que verdad tan grande es que sólo el Señor construye la casa. Todo lo que hizo con Madre Carmen, lo hizo mientras ella dormía,  porque  a Dios le encanta  salvar gratuitamente y a lo grande.  La eligió a ella para llevar a cabo su obra y la prueba está en que sus hijas las Siervas de Jesús continúan su obra con la misma  intensi­dad y siguiendo los mismos lineamientos de santidad  "normal"

Benito Prieto Soto.

La Religión.

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