ADVIENTO

Publicado el 30-11-2016 en Caracas, Venezuela


Nada más claro para el cristiano que su necesidad constante de conversión; constante  porque la conversión no es algo exclusivo de un determinado momento (ni siquiera de un  tiempo litúrgico): debe ser una actitud constante del cristiano. ¿Qué nos da la seguridad de  que la conversión es necesaria? Precisamente las obras de nuestras manos son las que  nos deben gritar constantemente que tenemos que convertirnos, porque nuestras obras son  las obras del no-convertido: que en el mundo hay hambre, paro obrero, pobreza,  acumulación desmedida de bienes, injusticias, egoísmos de todo tipo; que en el mundo  haya quien tiene el corazón puesto en las cosas más fútiles que imaginarse puedan, que en  el mundo haya muchos que renuncian a sus vocaciones por llevar una "vida holgada y  económicamente estable, una vida segura (¿)", todo esto significa que seguimos obrando  como personas sin conversión. Para decirlo claramente: que los que nos llamamos  cristianos pasemos por la vida sin demostrar que somos distintos a los demás (sin elitismos)  significa que aún no somos cristianos, aún no nos hemos convertido. El Bautista tiene razón en su grito. La conversión a que nos invita el Bautista no se queda  en un cambio de efectos: esta conversión debe empezar por el reconocimiento de nuestra  situación de pecadores; quien se reconoce pecador descubre que está necesitado de  salvación; quien busca la salvación tiene que volver a Dios, único verdadero salvador; y no  hay vuelta a Dios si no cambiamos nuestro corazón, es decir: nuestro modo de pensar, de  ser y de existir; en definitiva: cambiar las causas de nuestra situación de pecadores. Una conversión de este tipo (conversión de corazón) tiene que proyectarse  necesariamente en las obras. Si no hay obras de conversión, si nuestra conversión no da  frutos es señal de que, en realidad, no ha habido conversión.   DABAR

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